Aníbal Binasco *
La importancia
que tiene el discurso periodístico en la sociedad moderna no requiere mayor
explicación, sin embargo es necesario reparar en la particular tipicidad de
esta categoría discursiva, principalmente, porque con ella aparece un
componente retórico no siempre explícito. Porque este discurso llega a sus
destinatarios con una carga persuasiva que irrumpe como una garantía de certeza
y de verdad sobre todo aquello que el periodista cuenta. De tal modo que a los
hechos narrados, acontecimientos construidos, publicados o emitidos, tanto como
a las ideas y argumentaciones sostenidas en sus textos, se les adjudica validez
de verdad. Y es justo en este punto donde se plantea el debate. En primer
lugar, porque gravita una razón de tipo cultural en tanto el receptor está
condicionado a confiar en el discurso recibido, es como si se proyectase en la
sentencia pronunciada en 1921 por Charles Prestwich Scott, editor del diario
británico The Manchester Guardian, “el comentario es libre, los hechos son
sagrados”, con la diferencia de que esa pretendida sacralidad de los hechos
entró en crisis cuando esos hechos fueron manipulados o, más aún, considerados
inexistentes.
Téngase en cuenta que el destino del discurso periodístico es el
de ser interpretado al tiempo que el lector o el espectador audiovisual lo
percibe. Es decir, nace en el mismo momento en que se lo enuncia, que es
también el mismo en el que adquiere su carácter persuasivo. Pero además se
incorpora un nuevo factor a estas secuencias discursivas, porque pueden
multiplicarse muchas veces por la velocidad de circulación que permiten las
nuevas tecnologías de la información. Así es que el discurso de un periódico
potencia su condición persuasiva mediante la reiteración de su relato instalado
en los medios audiovisuales e Internet, prácticas habituales, que incluyen en
su menú, de rutinas de difusión mediática, el pasaje simultáneo por las redes
sociales. Por otra parte, se ve además facilitada su difusión por la alta
concentración mediática.
Para comprender
este escenario, tal vez haya que entender la razón de la pregunta que se hizo
el filósofo del lenguaje británico John Austin sobre “¿por qué alguien dice lo
que dice?”. En rigor, la respuesta está en la misma forma de conexión que
establece el lenguaje con la realidad. Porque el funcionamiento del lenguaje
señala el punto de conexión de los estados de cosas que ocurren en el mundo
real con el relato que de ellos se hace. El problema se presenta cuando la
verdad, que es el insumo discursivo estratégico, desaparece de la escena
periodística porque ha sido desconectada de la realidad, falsificados los
hechos o reemplazados por sustitutos ficcionales. Este dispositivo permite
entonces que su autor lo adapte al blanco que persiguen sus propios fines.
La novedad, en el
escenario mediático actual, está en la incorporación de las técnicas del rumor
profusamente estudiadas por Alport y Postman, en la Universidad de Harvard, en
1942, Psicología del rumor, durante la Segunda Guerra Mundial. Pero lo notable
es que las técnicas del rumor, entonces estudiadas y practicadas por las
potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón), se ejercitaban en las calles con
la finalidad de desmovilizar y asustar a la población de los Estados Unidos.
Sus condiciones esenciales eran dos: que esté revestido de cierta importancia y
que los hechos reales invocados estén envueltos en cierta ambigüedad.
En cambio, su
práctica actual adaptada a nuestro ámbito procede no sólo desde sectores de la
población mediante el uso de las redes sociales, sino que preferentemente es al
revés, con lo cual el rumor suele ser instalado por los grandes grupos
mediáticos y sus columnistas estrellas, para después ser replicados. Una de las
formas más novedosas de generar un rumor en este tiempo es la de crear un
acontecimiento inexistente y convertirlo en noticia o reemplazar fuentes
citadas por menciones no citadas. De tal manera, lo que entró en discusión es
el modo en que este nuevo escenario gravita sobre el sentido común de las
audiencias.
Esa, tal vez, es
una de las controversias más importantes en estas circunstancias aunque no
siempre se manifiesten claramente sus propósitos. Además, esta cuestión es más
sensible cuando los medios hegemónicos proyectan políticamente sus intereses.
Por eso, un punto de fractura en esta controversia lo marcó la sanción y
aplicación de la ley de medios 26522 al promover la multiplicidad y pluralidad
de discursos frente a la alta concentración mediática señalada.
* Doctor en
Comunicación Social, U. Austral, abogado UBA, docentec investigador UNLaM.
Codirector de la Maestría en Comunicación Cultura y Discursos Mediáticos,
UNLaM. anibal.binasco@gmail.com
Fuente: Pagina 12