Un artículo de Maruan Soto Antaki quien nos hace una reflexión sobre los periodistas en México, que pese a estar a mucha distancia de Bolivia, las similitudes, reflexiones que nos trae se aproximan al modo de actuar del periodismo boliviano.
¿Qué preguntas hay que hacer y quién debe responderlas? El
periodismo es eso que debe proporcionarle al ciudadano, las herramientas para
enfrentar abusos. Cuando se viven los momentos que vemos en cualquier medio, la
labor del periodista cobra importancia fundamental para que una sociedad
funcione. Lo he dicho antes, en este espacio y durante cenas, donde mis perros
voltean al comedor cuando escuchan las voces subir de tono. Respeto demasiado
el oficio y aunque no soy uno de ellos, me crié en una casa de sobremesas
inundadas por estos temas. Mis padres fueron en alguna época periodistas de los
auténticos, conviví y aún lo hago con algunos, de esos que cubrían guerras y
viajaban por el mundo en busca de entrevistas. Así conocimos a Arafat en
Managua, a Gadafi en Libia, de esta forma se trabajó en periódicos clandestinos
durante una de las peores épocas de nuestro país. Aprendí a leer al revés por
la costumbre de ver los tipos en las placas que iban a la prensa y de chico, me
ensucié con tinta que por momentos intentaba desenmascarar la verdad pero
otros, imprimía pequeños infiernos.
Todos dicen respetar la prensa, el oficio, pues. También lo
dicen quienes de ninguna forma lo hacen y es posible que por ese falso respeto,
muchos se consideran respetables. Ahí aparecerá la mayor carga para esa
profesión, cada día más necesaria en el asco de mundo que tenemos. Un mundo en
el que la corrupción destruye lo que tenga a mano, donde la violencia ha
perdido el límite de la decencia porque sí, algún día incluso ella tuvo algo de
decente. El periodista no debe ponerse encima, sino a un costado de los malos,
con el ojo sobre sus hombros y la pluma a disposición de los buenos.
El respeto al periodismo, su fuerza, viene de la historia y
el trabajo. Se luchó por ella, se sigue haciendo. No hay posibilidad de defensa
para aquellos que intentan ponerle candados y menos hacia los que se dejan
callar por quien sea. La prensa, sin embargo, está en crisis y no sólo la
tradicional, también los medios independientes. Para sobrevivir, enfrentan un
escenario brutal contra factores externos e internos.
Ataques como los que ha recibido la redacción de este medio
donde escribo, pasan de lo deleznable a lo ridículo. Amenazas burdas,
acusaciones idiotas, rectificaciones tibias y una limitada respuesta de las
autoridades. Los adjetivos sobran porque explican poco. Decía, no hay
justificación posible y por eso, sólo puedo aplaudir la valentía en las
respuestas que son honestas. No escarbaré más en esto, no existe medio que no
haya sufrido los embates de enemigos y todos saben bien cómo defenderse.
Me preocuparé por los dilemas internos que veo en una buena
parte de aquellos que en todos lados, encuentran al peor enemigo en sí mismos.
Esto al final, es un asunto que creo vale la pena reflexionar un poco.
La prensa que hoy tenemos, jamás debe solapar o prestarse al
linchamiento, pero lo está haciendo. Las razones son claras, el descontento y
las arbitrariedades permiten que el enojo se haga moneda y cuando éstas suenan,
siempre se quiere que suenen más. Mucha de la prensa que hoy leo o escucho, se
ha transformado en la institución del rumor y el rumor se hizo verdad,
espectáculo de masas. Todo por sacar la noticia antes que el vecino. Demasiados
intentos de análisis caen en la diatriba, son escuetos ensayos que podrían dar
más. Difunden cosas sin necesidad de investigarlas o verificarlas, ya luego se
pondrá una nota que desmienta como si eso evitara la mentira o el daño. Esas
menciones que rectifican, pasan desapercibidas como vapor de té. Esto no es antídoto
para el error y de estos habrá muchos, cuando ocurran, espero que los medios le
den tanta importancia a sus fallas como lo hicieron con los encabezados. Así es
como se mantiene la cara limpia.
Nuestro país, aquel que debía ser de ideas y reflexión, se transformó
en el del titular, el desplegado y el deslinde. Nada de eso es responsable y no
se me ocurre profesión que deba ser más exigente a esto que la del periodista.
¿Cuántos se ciñen a las notas de alabanzas que se les pasan? ¿Cuántos de verdad
están haciendo lo suyo? ¿Cuántos se aprovechan de la credulidad del ciudadano
que piensa la verdad es aquello que no aparece en la televisión? ¿Cuántos
propietarios de certezas absolutas se hacen poderosos, por encima de los
poderosos? Se han vuelto mesías y de buenos periodistas apenas mantienen la
acreditación.
Dejemos de pensar en un periodismo neutral que a éstas
alturas es tonto, no habría porqué tenerlo. ¿Quién quiere un periodista que
frente al malo sea complaciente? Pero tampoco quiero que lo acribille, no es su
papel. Tampoco es juzgarlos porque no es Estado, no es ley y a veces se
comporta como tal. Decir que se intenta la neutralidad exime del papel de
formador de criterios que la prensa tiene y este papel, aunque no lo quiera, es
su más reciente carga –en realidad, no sólo la quiere sino que se empalaga con
ella–. Si en otros tiempos la responsabilidad se limitaba a la veracidad, la
gallardía y la investigación, a los hechos, hoy traen a cuestas las respuestas
que la sociedad adopta como discursos propios. De la violencia que hoy acongoja
a México, la investigación periodística debería de tener dos vertientes: la
inmediata, definitivamente. Qué coños pasa con la gente que desaparece y
después se encuentra en hoyos que perforan la tierra como queso francés. Luego
viene la investigación profunda, ¿cómo México se pudrió tanto que el nivel de
violencia se hizo costumbre? ¿Qué ocurrió para llegar a esto? Estas preguntas
entran al terreno antropológico, posiblemente filosófico y el periodista está
en el lugar adecuado para intentar explicarlas.
La prensa por momentos no se ocupa de estas cosas. En sus
dictámenes se apresura y no busca generar debate. El periodismo, que tiene
ejemplos admirables en todos sitios, de forma extensa se ha hecho un medio de
verdugos. Y nosotros les aplaudimos.
Nos debe preocupar la censura externa al punto de
denunciarla a la menor provocación, sin duda pero, también tiene que hacerlo la
manipulación que se asoma como propia. Poner el encabezado que dice una cosa
para que los contenidos hablen de otra, es buscar la nota roja en pos de
reconocimiento y se evade la verdadera información cuando no vende ¿cómo se le
llama a eso?
Ser verdugo social para transformarse en héroe no es loable.
La valentía y la duda, lo incorruptible, lo honesto, es lo que me gustaría en
todos los medios. Ahora, hay poca reflexión alrededor de lo que pasa.
La información puede ser una de las herramientas más
importantes de la democracia, si queremos llegar a ella, no permitamos que la
balanza se incline a cualquier extremo porque tan despreciable es uno como el
otro. Al periodismo lo que le hace falta, es sumergirse en los grandes temas
morales.
Fuente: SINEMBARGO